jueves, 5 de enero de 2012

Cuesta trabajo acostumbrarse

Se retrasa tu avión, esperas horas un autobús y te cierran tu casa. Toda la noche preocupada, a veces, tus aventuras vuelcan mis nervios. Me despierto temprano, e incluso me siento mal por haber dormido más de dos seguidas seguidas, he tenido el sueño entrecortado, pero supongo que no más que tú. No estaba tranquila. De las prisas, leo tu mensaje corriendo, y ni siquiera lo leo bien; y vuelvo a preocuparme. Menos mal que se ha solucionado todo. Menos mal que tu siempre tienes ganas de verlo todo en positivo.
Y llega la noche, las nueve de la noche; y volvemos al mismo sitio de semanas antes, delante de cada portátil a dedicarnos un poco de nuestro tiempo. Claro está, que si volvemos al mismo sitio, vuelve lo mismo: "¿me recibes?"; "no te escucho"; "no puedo hablar por el micro"; "¿me lees?"...
Pero siempre me levanto con ganas de volver al mismo sitio. Delante de mi portátil, para mirarte aunque sea desde la pantalla; para hablar contigo aunque, a veces, ni pueda verte; para poder compartirte, aunque estén en medio 2342km de distancia. No me importa que se entrecorte la llamada, no me importan los "¿que?", no me importan que, a veces, se nos vaya la mano con la factura... Son gajes del equipo.
No me importa porque cuando me siento en la silla de mi escritorio y toco las teclas del ordenador, siento que, en cierta manera, estoy contigo, y cuando estoy contigo me haces muy feliz... No cambiaría por nada, ni un solo segundo que ha pasado desde que nos conocimos.
Sé que todo esto vale la pena, por el hecho de poder despertar muchos días a tu lado.
Intentaré que tus días sean mejores.

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